Abaddon: El Exterminador

 


Ernesto Sábato
Comencé a pensar en aquellos que dicen que este mercado en que vivimos está formado por una única sustancia que se transmuta en árboles, criminales y montañas, intentando copiar un petrificado museo de ideas.
Aseguran (antiguos viajeros, escrutadores de pirámides, individuos que en sueños lo han entrevisto, algún mistágogo) que es una pasmosa colección de objetos inconmovibles y estáticos: inmortales árboles, petrificados tigres, junto a triángulos y paralelepípedos.
Y también un hombre perfecto, formando con cristales de eternidad, al que torpemente quiere parecerse (el dibujo de un niño) un montón de partículas universales que antes eran sal, agua, batracio, fuego y nube, excrementos de toro y de caballo, vísceras podridas en campos de combate.
De modo que (siguen explicando esos viajeros, aunque ahora con levísima ironía en los ojos) con esa inmunda mezcla de basura, tierra y restos de comida, purificándola con agua y sol, cuidándola anhelosamente contra los despreciativos y sarcásticos poderes de las grandes fuerzas terrestres (el rayo, el huracán, el mar enfurecido, la lepra) se intenta un burdo simulacro del hombre de cristal.
Pero aunque crece, prospera (le van bien las cosas, eh?) de pronto empieza a vacilar hace esfuerzos desesperados y finalmente muere como ridícula caricatura, volviendo a ser barro y excremento de vaca.
Si no logra al menos la dignidad del fuego.