Leopoldo Lugones |
I
Canto: las altas torres,
gloria del siglo, y decoro del suelo. Las torres que ven
las distancias; las torres que cantan la gloria de las
buenas artes del hierro y de la piedra. Las torres
gigantes que tienen cien lenguas intactas: cien lenguas,
que son las campanas, sapientes de un mágico idioma que
dice a los astros las preces del culto extinguido, con
frases de bronce y de fe.
II
Las piedras están
empapadas de música sacra; las piedras cuya alma es
unísona, cuya alma es un eco. Las piedras cuya alma
despiertan los órganos con su fluido lenguaje de flautas,
cuando su noble mecánica inventa los salmos que, bajo los
eruditos dedos de un pálido músico, parecen una galería
de arcos iris, ante cuyo triunfo, en colores de fama,
pasan reyes de reales melenas, y obispos de tiaras
suntuarias, en caballos blancos, cuyas herraduras tienen
un armonioso compás. Bajo los dedos de un pálido
músico: bien Pedro Luis de Preneste, dicho el Palestrina
(grande en su Misa del Papa Marcelo), bien Sebastián Bach. |