Jorge Luis
Borges |
Zumban las balas en la tarde
última. Hay viento y hay cenizas en el viento, se
dispersan el día y la batalla deforme, y la victoria es
de los otros. Vencen los bárbaros, los gauchos vencen. Yo
que estudié las leyes y los cánones, yo, Francisco
Narciso de Laprida cuya voz declaró la independencia de
estas crueles provincias, derrotado, de sangre y sudor
manchado el rostro, sin esperanza ni temor, perdido, huyo
hacia el Sur por arrabales últimos.
Como aquel capitán del
Purgatorio que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte donde un oscuro río
pierde el nombre. así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos me achecha y me demora.
Oigo los cascos de mi caliente muerte que me busca con
jinetes, con belfos y con lanzas.
Yo que anhelé ser otro,
ser un hombre de sentencias, de libros, de dictámenes, a
cielo abierto yaceré entre ciénagas; pero me endiosa el
pecho inexplicable un júbilo secreto. Al final me
encuentro con mí destino sudamericano, A esta ruinosa
tarde me llevaba el laberinto múltiple de pasos que mis
días tejieron desde un día de la niñez. Al final he
descubierto la recóndita clave de mis años, la suerte de
Francisco de Laprida, la letra que faltaba, la perfecta
forma que supo Dios desde el principio. En el espejo de
esta noche alcanzo mi insospechado rostro eterno. El
círculo se va a cerrar. Yo aguardo que asi sea.
Pisan mis pies la sombra de
las lanzas que me buscan. Las befas de mi muerte, los
jinetes, las crines, los caballos, se ciernen sobre mí...
Ya el primer golpe, ya el duro hierro que raja el pecho,
el íntimo cuchillo en la garganta. |