Nilda Gladys
"Amin" Fretes |
Ni las perras abandonan a sus
crías -dijo la escribiente mirando por arriba de los lentes
a Elena, mientras teclea el acta de la audiencia que acaba
de terminar. Elena bajó los ojos, y no contestó. La
señora a la que había entregado su bebita ni bien nació,
interpeló a la empleada del juzgado, y el hombre exige que
la juez "tome medidas". Elena sigue ahí, parada,
inmóvil soportando las miradas de las empleadas de juzgado
que con sus uñas pintadas escriben y escriben mientras la
observan desaprobándola por haber entregado a su hijita. El
tiempo se empeña en no transcurrir, está ahí, parada, sin
dejar que caiga una lágrima. Quiere irse de una vez. Dejar
todo atrás, todo, todo, poner distancia. Agarrar ese bolso
que le dio la anterior patrona, tomar de la manito a Guti y
subirse al colectivo que la va a llevar lejos, a otra
ciudad. Allá en Rosario, la Mirta ya le consiguió un
laburito, y entre las dos van a poder cuidar a Guti que ya
es grandecito y puede quedarse solo mientras ellas trabajan
por hora. La Mirta ya lo inscribió en una escuela al Guti,
allá en Rosario. Va comenzar una vida nueva, se dice, no va
poder volver atrás, ella sabe que nunca se puede volver, no
queda otra que continuar. Allá al menos no lo va a ver más
al Pablo... el Pablo, traidor hijo de mil puta ... el Pablo,
egoísta ... el Pablo cagón. Piensa en Guti, y sí, el Guti
es la mismita imagen del Pablo cuando iban a pescar en el
canal bajo el sol ardiente. El Pablo... amado, adorado ...
el Pablo que le juró que nunca la iba a dejar. Cuanto lo
ama, cuanto duele verlo, está a siete cuadras nomás. Por
un momento cree entenderlo, crecieron juntos, se casaron
porque así estaba escrito, porque siempre andaban por ahí,
juntos en todo: en las escapadas a la siesta, en la escuela,
si hasta entraron juntos a la textil, y fue cuando lo
pasaron a la desmontadora que se casaron.
En el Juzgado las máquinas
dejaron de teclear, por un momento vuelve a la realidad, y
como en sueños ve que entra la juez y habla con la señora,
el hombre y el doctor, ve como los cuatro le hablan, sí,
los ve, los ve pero no los escucha...
Y sí..., el Pablo se cansó,
no aguanto la miseria, ¿quién se iba a imaginar que la
fabrica quebraría, y que un día estaban trabajando
-felices con el Guti dando sus primeros pasitos, sin mucha
plata, pero con lo suficiente- y al día siguiente sin
laburo. Los dos buscaron, ella sabe que él también buscó,
pero son muchos los que buscan y pocos los trabajos, una
changa acá, otra allá; ella de casa en casa fregando, pero
no alcanza. La leche, el pan, comienza a faltar, y cada vez
más seguido es un cocido con torta frita el almuerzo de
Guti. Los meses fueron pasando y sin trabajo la
desesperación crece, y el Pablo comenzó a caer, y cuando
supo que iba a venir una boca más, tuvo miedo, se
acobardó, no pudo más. "Te quitas eso o me voy"
le dijo, y ¿cómo?, ¿cómo se iba a quitar esa vidita que
tenía allí en su vientre? ¿cómo, si era parte de ella y
él?. Y se fue nomás, antes que la panza creciera. Primero
espero que volviera, pero después cuando ni al Guti venia a
ver, y eso que está ahí a siete cuadras nomás, entendió
que era una ida sin retorno. Escribió a su hermana, la
Mirta, y ésta fue la que le dijo que entregara el bebé,
que a lo mejor, si se fijaba bien, hasta era una suerte para
la criaturita, "vos qué le podes dar" le había
dicho. Su hermana le hizo notar que sólo hambre era lo que
podía dar a esa criaturita, y que hay gente que quieren a
los chicos y no pueden tenerlo, que solo era cuestión de
mirar bien. Entonces, cuando vio que ya faltaba poco, que el
dolor comenzaba, se decidió. Habló con su patrona y le
explicó, porque ella había escuchado que la arquitecta (la
amiga de su patrona) no podía tener hijos, y que iban a
adoptar, y ella conoce bien a la arquitecta, es
estirada-nariz pa' arriba pero es buena mujer, y el hombre
es más bueno que pan. Eso fue el lunes, justo antes de ir
al Hospital. Así fue que el lunes por la noche esa chiquita
rosada, linda como ninguna otra dio su primer grito. Ni el
pecho le dió, no... porque si le daba de su leche, si la
sentía alimentarse de ella, no iba a tener valor de
entregarla a la arquitecta y al hombre por mas buenos que
fueran. Agarró todos sus intintos maternales y los
escondió. La arquitecta se portó muy bien, estuvo todo el
tiempo ahí, con ella. El Hombre le trajo hasta un ramo de
flores, a ella, un ramo de flores a ella. No le faltó nada,
todo lo que le pidieron en el hospital trajeron, y ... la
ropita, esa ropita tan linda como ella nunca vio, y además,
ese matrimonio miraba con tanto amor a la bebita. No estaba
equivocada, era lo mejor. La Mirta como siempre tuvo razón.
Se animó y les pidió que le compraran los pasajes de
colectivo para ella y el Guti, y no solo eso le compraron,
sino ropas, zapatillas, un zapato para el Guti, y un osito
enorme que el chico abrazó con todas sus fuerzas cuando se
lo entregaron. El hombre quiso darle dinero, pero ella no
aceptó. ¡No señor! Ella no quiere dinero, ella no vende a
su hijita. No. Ella sólo quiere que a la bebita no le falte
nada, que tenga leche, una cuna caliente, que cuando crezca
vaya a la escuela y crezca con todo aquello que ella no le
pueda dar... y encima el matrimonio es bueno, la van a amar,
si ya la estan amando, si los ojos de la señora y el hombre
brillan y no dejan de estar pendientes de la muchachita....
está segura que la aman... Y ella, ella.... el corazón
parece que le va a explotar de tanto dolor, pero que
importa... que importa... Si lo único que importa es que
ese ser pequeñito, esa vidita, tenga lo que ella nunca le
va a poder dar...
"Ni las perras abandonan
a su cría" se repite ahora en la cabeza. Y sí, es
así ella como las perras NO abandona a su cría. Ella:
Elena, tan perra como las perras le da el mejor regalo que
le puede dar a su cría... alejarse para siempre. |